sábado, 4 de julio de 2009

Empezar de nuevo...

Nuevo país, nueva gente, nuevo trabajo, nueva cultura... muchas sensaciones nuevas que ahora empiezo a disfrutar y que hasta ahora no me había dado tiempo a asimilar. Cuando uno se siente en un entorno mas o menos confortable, en el que la mayor parte de las cosas que suceden, forman parte de lo previsible y de repente todo eso se pierde, empiezas a sentir nuevas inquietudes, sorpresas y experiencias que te mantienen alerta, que te mantienen viva....
Primero, tu nueva casa, que tratas de ponerla lo mas acogedora posible para sentirte cuanto antes en tu "nuevo hogar".
Después, tu nuevo entorno laboral, en el que ahora parece que pasas a sentirte una minoría.. raro, no?? una sensación extraña, en un entorno multicultural y diverso, que confieso que al principio cuesta un poco entender (siempre tendemos a pensar que lo normal es lo que uno ha conocido y vivido anteriormente) e incluso asumir, que ese estilo que uno tiene, puede resultar para otros obsoleto o incluso inapropiado...
Nuevas amistades; eres la novedad y lo sabes, por ello puede ser relativamente fácil tener planes, eventos y actos sociales interesantes y mas en una ciudad como Washington... sin embargo, prefieres ahorrar energia para poner el foco en lo que te parece importante..
Y en ese preciso momento, en el que estas tratando de absorber todo lo nuevo que tienes a tu alrededor, que te tiene fascinada a la vez que exhausta... llega una visita inesperada y por supuesto deseada, de alguien que te conoce bien y que forma parte de tu entorno, de tu vida, de lo que tu eres. Llega una verdadera recarga de energía, que te hace ver y valorar lo que tienes, que te hace sentirte afortunada y disfrutar de todo aquello que estas construyendo, que estas creando...y parece que todo empieza a tener sentido de nuevo...

1 comentario:

Anónimo dijo...

“En D.C.”

Antes de que el sol acaricie los tejados de las casas, muchos habitantes de la capital ya están en pie, afrontando con entereza la nueva jornada que se les presenta. Los coches van y vienen en la oscuridad armoniosamente, creando una cadencia casi perfecta tan sólo interrumpida por las eventuales y estridentes sirenas de policía. Y sin previo aviso, como un relámpago que anticipa una tormenta, irrumpe el fulgor del sol, cuya luz en aquel lugar es tan extraordinaria como irreal, y conforme asciende el astro, muestra orgulloso la monumentalidad de tan dichoso lugar.

La calma que se respira en el corazón de la ciudad, se ve de pronto interrumpida por el sonido inerte de un despertador. Nuestra protagonista, veloz como una pantera, ya está con la blackberry en la mano echando un rápido vistazo a su agenda, sus correos y demás asuntos que le competen. Tras un ligero desayuno y ataviada sencilla pero elegantemente, sale del edificio y eleva la vista al magnífico templo que se alza frente a sí; un prodigio arquitectónico que parece haber sido depositado con mucho cuidado por alguna gran nave alienígena, y que, de cuando en cuando, abre sus puertas a sus moradores los masones.

Ella camina ligera, deprisa, al ritmo de sus pensamientos, de sus emociones, de sus sentimientos… como si a diferencia del resto de los mortales que cargamos con nuestra particular mochilla llena de sombras, no llevara más equipaje que el bolso con el portátil y demás útiles indispensables para trabajar. Su andar es sólido como una columna corintia y volátil como una mota de polen. Atraviesa las calles que le conducen al BID inspirando con profundidad el límpido aire que la envuelve y, a su paso, los espléndidos edificios se giran, la sonríen y continúan existiendo.

Los ojos del visitante apenas captan la densa actividad que fluye por los pasillos del BID, cuando son cordialmente recibidos en el refrescante y sereno hall con la música del agua de la fuente que lo preside. Ni siquiera una vez habiéndose adentrado en la institución, se percibe en su totalidad el trabajo que realmente bulle, ya que, es tan grande la hospitalidad de los que cada día dejan en ella un poquito de sí mismos, que más parece un amable lugar de encuentro que un importante centro de trabajo. Nuestra protagonista aparece, como cada día, cargada de inagotable energía para encarar los retos de la jornada, y con un solo suspiro ella y sólo ella es capaz de quebrar la tensa calma reinante; suspiro cuyo único fin es siempre mejorar lo mejorable, optimizar tiempo y recursos y lograr, en definitiva, que el BID esté más orgulloso de ser quien es; tarea aparentemente difícil, sí, pero no para ella, quien tiene la virtud de hacer sencillo lo que para la mayoría es impensable.

Acabada la jornada regresa exhausta a su nueva casa; un lugar que exhala su propia esencia y que está repleto de esos pequeños pero importantes detalles que hacen de una estancia extraña el más acogedor de los hogares. Tras haber reiterado su negativa a aceptar planes de ocio, se quita los tacones, y sin más compañía que la que representan las fotografías de aquellos a quienes ama, continúa organizando, ideando, creando, resolviendo, reinventando… hasta que el resorte del sueño se dispara y, sin darse cuenta, cae rendida en el sofá sucumbiendo a la necesidad del descanso. Repentinamente recupera la consciencia por un breve intervalo, tiempo justo para deslizarse hasta la cama donde reconstruirá el cuerpo, ordenará la mente y donde sus más ocultos sueños y sus más profundos sentimientos, cobrarán forma y vida… hasta que su dueña despierte a la mañana siguiente…

Bienvenida a Washington, Yanire.